“¿Javier? Te llamo del servicio de hematología del Complejo Hospitalario de Navarra. Ya tenemos los resultados de la biopsia que te realizaron el mes pasado y es un linfoma, un tipo de cáncer. ¿Puedes venir para aquí? Vas a ingresar hoy mismo para empezar el tratamiento”.

Más o menos fue así como descubrí que tenía cáncer. Una llamada breve, concisa, al grano.

Y en esos 15 segundos que pudo durar aproximadamente, la vida había cambiado.

Aunque ya sospechaba que algo no iba bien desde hacía unos meses, siempre albergas la esperanza de que no sea tan grave, si bien las alternativas que enumeraban los médicos no eran mucho más alentadoras que un linfoma.

Primeros síntomas

El día 25 de mayo de 2016 había quedado con unos compañeros del equipo para preparar algunas de las pruebas de la competición que organizábamos ese sábado.

Era un día normal, un día más. Pero algo cambió: me quedé afónico, de repente.

No le di mucha importancia. Alguna alergia, un pequeño catarro… ¿Quién podía pensar que una masa que te está creciendo en el pecho era la culpable?

Pero cuando a los 15 días seguía sin voz, tosía y sufrí algún pequeño mareo, empecé a preocuparme.

A partir de ahí, lo típico: centro de salud, médico de atención primaria… Y vida normal.

El proceso hasta el diagnóstico

Hasta que un día, en la consulta, la médico notó al auscultarme que algo no estaba bien: mi pulmón izquierdo no ventilaba como debía. ¡A urgencias!

Placas, analítica… todo bien. “Te vamos a hacer un escáner para que te quedes más tranquilo”. A casa.

Al día siguiente recibí una llamada mientras conducía. Era mi médico. “Javier, hemos revisado el escáner de ayer y hay una masa en el pecho. Te he citado con la neumólogo el lunes”.

Pedaleando con cáncer
Una de mis últimas salidas en bici antes de saber que tenía cáncer

A partir de ahí, ronda de médicos y pruebas: punción aspirativa para ver si pueden coger una muestra, escáner de abodmen y cabeza para descartar que haya más “masas”…

Y así llegamos al 6 de julio, comienzo de las fiestas de San Fermín en mi ciudad, Pamplona. En el sótano del hospital haciéndome un escáner cerebral, afónico desde hacía más de un mes y sabiendo que tenía una masa indeterminada en el pecho. Un plan diferente a lo planeado, sin duda.

Al menos me encontraba bien: a pesar de no tener voz y toser un poco, mi estado general era “normal”. No tenía fiebre, no sudaba por las noches, no había perdido casi peso… Y sobre todo, lo más importante para mí: no tenía ningún dolor.

La biopsia: mi primera vez en un quirófano

Como el resto de pruebas no habían servido para hacer un diagnóstico, hubo que recurrir a la biopsia.

Eso suponía entrar en el quirófano, algo que no había hecho nunca y que, siendo sincero, no me hacía especial ilusión. Más bien todo lo contrario.

Fue el 27 de julio, casi dos meses justos de empezar a quedarme afónico.

Tengo un recuerdo un poco difuso de ese primer ingreso. Supongo que por los nervios. Me acuerdo muy bien de estar esperando a entrar a quirófano, con el gorro verde de plástico (una de las pocas veces que lo necesité) hablando con el médico residente de anestesia y, a su pregunta sobre cómo estaba, contestar: “estoy acojonado”.

Afortunadamente todo fue bien y en dos días estaba en casa, con un pequeño susto porque tuve una ligera convulsión en la U.R.P.A. (sala de despertar) y casi me diagnostican epilepsia.

La llamada: “Tienes cáncer”

4 de agosto, jueves. Estaba a 50Km de casa, con un amigo, haciendo unos recados.

Primero me llamó el cirujano que me había hecho la biopsia: “Javier, ya tenemos los resultados. Es un linfoma no Hodgkin, ¿eh?, para que sepas. Te llamarán de hematología que son los que llevan esos temas”.

Cuando oí aquello mi primera reacción fue: “Vale, pues no será para tanto”.

Cuando a los 5 minutos estaba montándome en el coche para ir al hospital sin saber cuándo iba a poder volver a salir, mi perspectiva había cambiado: tenía cáncer y había que darse prisa.

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Ingeniero técnico de profesión, pero cicloturista de corazón. Superviviente de linfoma y transplantado de médula. Convencido de que la vida es jodida pero hermosa y por eso tenemos la obligación de disfrutarla de la mejor manera posible. Para mí, la bici, la fotografía y las tecnologías son una buena herramienta para hacerlo.

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